La izquierda está muy desprestigiada entre sus más acérrimos creyentes: Se redujeron a románticos idealistas, corruptos ladrones o fanáticos irracionales en medio de masas oclocráticas decepcionadas. En la región hay que evolucionar pasando del concepto arcaico hacia una izquierda de liderazgo con propuestas, alejada de exigencias clientelares que perpetúan la sumisión y esclavitud, al sacrificar el progreso individual, satanizado a propósito, para asegurar que le teman y la esperanza se afinque en el Estado paternal o las dádivas de los que más tienen.
En Ecuador hay un emprendedor en cada esquina, vendemos frutas, empanadas, corviches, jugos, cafés o caramelos; la mayoría en la informalidad y sin opciones de progresar. En tanto, de aquello, los más beneficiados son los aupados en el lomo de quienes dicen proteger y, por supuesto, los redentores espirituales que desde sus ricos altares promueven una mejor vida, pero no en este mundo. En este mundo la mejor vida la reservan para ellos y sus mecenas.
La solución es salir de la izquierda fanática e impráctica. Dejar de ser solidarios en la pobreza y beneficiarios de bonos y subsidios que nos mantienen en ella.
Mientras menos pobres existan, menos probable será que se reproduzcan las condiciones de pobreza que son el caldo de cultivo de caudillos y tiranos, disfrazados de salvadores.
Que a la paz no sea necesario llegar por el camino de la violencia, pero tampoco por la senda de la indiferencia ante las tiranías, injusticias, los abusos y la corrupción.
Laicismo y liberalismo son el camino hacia un Estado de bienestar mínimo, donde no tengamos que dar ni pedir dádivas que a todos nos conducen a la miseria moral, ética, social y por supuesto económica.
La izquierda no necesita cambiar los principios y valores que promueve, sino a quienes dicen representarla.
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